Me desperté con una gana enorme de comerme a mi hombre como cada mañana, él, como siempre, permanecía impávido naufragando en las tierras de Morfeo, así, que eché mano de los más sucios artificios de persuasión para despertarlo.
Buscaba, desde luego, generar ese reflejo natural que impide a los hombres orinar correctamente en las mañanas, sin embargo, solo conseguí levantar una y otra vez la sabana con la inercia de mi mano.
Él permanecía profundamente dormido, y lo único que logre sacar de esa acción fueron tres vellos púbicos enredados en el anillo barato que me había regalado.
No lo molesté más, esperaría a que llegara la mañana para calmar estas ganas malditas que no me dejaban dormir.
El sol se colaba por la ventana y él se movía en mi dirección buscando bruscamente uno de mis pezones-normalmente así me despierta- , lo encontró, presionó y me dijo con voz suave al oído:
-quiero comer-
En mi desesperación por calmar las ganas malditas, escuche otra cosa y me monté sobre su pecho.
Él me retiro con fuerza y dijo con voz rasposa y grave;
-¡que quiero comer!-
Un suspiro salió de mi pecho y la cabeza se me hinchó de sangre.
¡Maldito y mil veces maldito!, su desconsideración era tal que no veía como mis mejillas, labios y pechos se hinchaba de deseo.
¡Maldito y mil veces maldito!, no eran ya solo sus desprecios matinales y los nulos detalles que tenía conmigo, ya no eran los regalos baratos y los gritos cuando la comida no estaba bien sazonada o la línea del pantalón bien trazada.
¡Maldito y mil veces maldito!
Un éxtasis extraño se apodero de mi cuerpo, lo tomé con fuerza por el cuello para provocar la erección deseada…
¡Aahhhh!, me rasguñaba y trataba de toser, mientras yo, me complacía como nunca al manejar por primera vez el ritmo a mi antojo.
De pronto quedamos los dos satisfechos; él a mi lado, sin hambre y con la cabeza azul, y yo, sin una queja para él, profundamente dormida.
Buscaba, desde luego, generar ese reflejo natural que impide a los hombres orinar correctamente en las mañanas, sin embargo, solo conseguí levantar una y otra vez la sabana con la inercia de mi mano.
Él permanecía profundamente dormido, y lo único que logre sacar de esa acción fueron tres vellos púbicos enredados en el anillo barato que me había regalado.
No lo molesté más, esperaría a que llegara la mañana para calmar estas ganas malditas que no me dejaban dormir.
El sol se colaba por la ventana y él se movía en mi dirección buscando bruscamente uno de mis pezones-normalmente así me despierta- , lo encontró, presionó y me dijo con voz suave al oído:
-quiero comer-
En mi desesperación por calmar las ganas malditas, escuche otra cosa y me monté sobre su pecho.
Él me retiro con fuerza y dijo con voz rasposa y grave;
-¡que quiero comer!-
Un suspiro salió de mi pecho y la cabeza se me hinchó de sangre.
¡Maldito y mil veces maldito!, su desconsideración era tal que no veía como mis mejillas, labios y pechos se hinchaba de deseo.
¡Maldito y mil veces maldito!, no eran ya solo sus desprecios matinales y los nulos detalles que tenía conmigo, ya no eran los regalos baratos y los gritos cuando la comida no estaba bien sazonada o la línea del pantalón bien trazada.
¡Maldito y mil veces maldito!
Un éxtasis extraño se apodero de mi cuerpo, lo tomé con fuerza por el cuello para provocar la erección deseada…
¡Aahhhh!, me rasguñaba y trataba de toser, mientras yo, me complacía como nunca al manejar por primera vez el ritmo a mi antojo.
De pronto quedamos los dos satisfechos; él a mi lado, sin hambre y con la cabeza azul, y yo, sin una queja para él, profundamente dormida.
Valia Mariela Ojeda Urcino
2 comentarios:
Chido tu escrito, un placer haberlo descubierto¡¡¡¡¡
Wow, sorprendido pero no totalmente
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