Aún no salía el sol cuando desperté; se me había hecho tarde y yo no era capaz de salir de mi habitación, cruzar el estrecho y frío pasillo hasta la sala donde estaba mi madre leyendo tranquilamente, fingiendo que había olvidado que me tenía que marchar, sabiendo que no tenía dinero ni mucho menos valor para pedirle nada.
Mis pasos cada vez más efusivos y desesperados hartaron a mi padre. Fue a mi habitación y con la misma mirada indiferente de siempre me vio, sacó cien pesos de su cartera cambiando repentinamente de actitud y, por un segundo su mirada ya no era de indiferencia, era de lástima. No sé que fue peor.
escuche que venían por mi, mi corazón latía rápidamente, tenía un miedo atroz, me volvía cobarde a última hora, aún tenía tiempo de huir, sin embargo, hice lo más estúpido: esconderme tras el viejo baúl. Estaba tan enojada conmigo misma que me daban ganas de ser castiga por mi estupidez, de gritarles para que llegaran pronto.
Fue entonces cuando oí esa voz familiar, era mi querido amigo Roberto, venía para hacer el viaje conmigo; en ese momento su presencia fue tan reconfortante que me hizo recuperar el valor y salir de mi escondite, faltaban dos minutos para que llegara el camión, así que agarré la ridícula cantidad de dinero que me había dado mi padre y salí hasta la carretera a lado de mi querido y fiel amigo.
Poco tiempo después apareció un camión blanco y viejo, tenía el aspecto de una ambulancia oxidada; me extrañó que llegaran en un vehículo así; no me esperaba, no me imaginaba lo que adentro me iba a encontrar.
cuando subí a la camioneta, ya había amanecido, la luz era tenue todavía, los rayos del sol se veían particularmente frágiles, una extraña sensación me invadía, estaba muy inquieta cuando noté que el tono de la luz era completamente diferente, en un segundo me sentí como atrapada en un cuadro color sepia, como en esas fotografías antiguas que dejan la sensación de tristeza, de nostalgia… la imagen que percibí fue tan desgarradora que no me perdoné tantos años de insensibilidad ante el dolor ajeno.
A los costados del camión había unas camillas y sobre ellas, delfines hembras preñadas, algunas estaban en peligro de aborto y las que estaban dando a luz, parían delfincitos muertos.
Mi misión en esa camioneta era encontrar la razón de la muerte de esos delfines bebés, la desesperación se adueñaba de mis movimientos y no me dejaba pensar, no era capaz de hacer nada y corría de una camilla a la otra tratando de asistir a las hembras que empezaban a parir, pero en cuanto me acercaba al bebé delfín moría. Comencé a pensar que era a causa mía, supuse que yo estaba provocando eso de alguna manera, y entré en un ataque de paranoia.
Todo está de nuevo en tono sepia, sólo que ahora estoy en un hospital psiquiátrico, aún no estoy segura si estoy en calidad de paciente o de doctora, comienzo a sospechar que todo ha sido una trampa, por eso mi madre no salió a despedirme, por eso mi padre me dio tan poco dinero para un viaje tan largo…
Lo que si me queda claro es que esas sensaciones fueron inducidas, fueron planeadas, me dieron algo para que yo sintiera eso ante aquella imagen tan terrible, sabían que ante la impotencia me pondría mal y podrían hacer cualquier cosa en contra de mi voluntad. ¡Esa es la razón por la que estoy aquí!
Es una mentira piadosa la que me dicen cada mañana cuando me saludan, puede que hasta se estén burlando de mí, por eso me dicen ¡doctora! quieren controlar mi mente.
La cabeza me duele, siento que se me parte en dos. A esto le llaman los psiquiatras en la psicosis: escisión. A quien se le puede ocurrir que la cabeza de alguien está divida en dos.
Todo vuelve a la normalidad, el sol brilla en su tono natural, parece el medio día porqué está en todo su esplendor…
–buenos días doctora
–buenos días, se te ha hecho tarde, tu consulta era hace veinte minutos
–lo siento doctora, es que pensé que estaba con alguien, como la escuché hablando…
– ¡oh! lo que pasa es que estaba en el teléfono. Pero bueno, pasemos a nuestro asunto, ¿cómo te has sentido esta semana?
Mis pasos cada vez más efusivos y desesperados hartaron a mi padre. Fue a mi habitación y con la misma mirada indiferente de siempre me vio, sacó cien pesos de su cartera cambiando repentinamente de actitud y, por un segundo su mirada ya no era de indiferencia, era de lástima. No sé que fue peor.
escuche que venían por mi, mi corazón latía rápidamente, tenía un miedo atroz, me volvía cobarde a última hora, aún tenía tiempo de huir, sin embargo, hice lo más estúpido: esconderme tras el viejo baúl. Estaba tan enojada conmigo misma que me daban ganas de ser castiga por mi estupidez, de gritarles para que llegaran pronto.
Fue entonces cuando oí esa voz familiar, era mi querido amigo Roberto, venía para hacer el viaje conmigo; en ese momento su presencia fue tan reconfortante que me hizo recuperar el valor y salir de mi escondite, faltaban dos minutos para que llegara el camión, así que agarré la ridícula cantidad de dinero que me había dado mi padre y salí hasta la carretera a lado de mi querido y fiel amigo.
Poco tiempo después apareció un camión blanco y viejo, tenía el aspecto de una ambulancia oxidada; me extrañó que llegaran en un vehículo así; no me esperaba, no me imaginaba lo que adentro me iba a encontrar.
cuando subí a la camioneta, ya había amanecido, la luz era tenue todavía, los rayos del sol se veían particularmente frágiles, una extraña sensación me invadía, estaba muy inquieta cuando noté que el tono de la luz era completamente diferente, en un segundo me sentí como atrapada en un cuadro color sepia, como en esas fotografías antiguas que dejan la sensación de tristeza, de nostalgia… la imagen que percibí fue tan desgarradora que no me perdoné tantos años de insensibilidad ante el dolor ajeno.
A los costados del camión había unas camillas y sobre ellas, delfines hembras preñadas, algunas estaban en peligro de aborto y las que estaban dando a luz, parían delfincitos muertos.
Mi misión en esa camioneta era encontrar la razón de la muerte de esos delfines bebés, la desesperación se adueñaba de mis movimientos y no me dejaba pensar, no era capaz de hacer nada y corría de una camilla a la otra tratando de asistir a las hembras que empezaban a parir, pero en cuanto me acercaba al bebé delfín moría. Comencé a pensar que era a causa mía, supuse que yo estaba provocando eso de alguna manera, y entré en un ataque de paranoia.
Todo está de nuevo en tono sepia, sólo que ahora estoy en un hospital psiquiátrico, aún no estoy segura si estoy en calidad de paciente o de doctora, comienzo a sospechar que todo ha sido una trampa, por eso mi madre no salió a despedirme, por eso mi padre me dio tan poco dinero para un viaje tan largo…
Lo que si me queda claro es que esas sensaciones fueron inducidas, fueron planeadas, me dieron algo para que yo sintiera eso ante aquella imagen tan terrible, sabían que ante la impotencia me pondría mal y podrían hacer cualquier cosa en contra de mi voluntad. ¡Esa es la razón por la que estoy aquí!
Es una mentira piadosa la que me dicen cada mañana cuando me saludan, puede que hasta se estén burlando de mí, por eso me dicen ¡doctora! quieren controlar mi mente.
La cabeza me duele, siento que se me parte en dos. A esto le llaman los psiquiatras en la psicosis: escisión. A quien se le puede ocurrir que la cabeza de alguien está divida en dos.
Todo vuelve a la normalidad, el sol brilla en su tono natural, parece el medio día porqué está en todo su esplendor…
–buenos días doctora
–buenos días, se te ha hecho tarde, tu consulta era hace veinte minutos
–lo siento doctora, es que pensé que estaba con alguien, como la escuché hablando…
– ¡oh! lo que pasa es que estaba en el teléfono. Pero bueno, pasemos a nuestro asunto, ¿cómo te has sentido esta semana?
Mary Carmen Salazar
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